Paranoia

Couchsurfing. El invento más oportuno y beneficioso para viajeros. Todas nuestras anteriores experiencias por Europa fueron intachables, enriquecedoras en todos los sentidos. Esta vez tocaba Delhi, India.

“¡Ay! Pero, ¿vais a hacer eso en India de verdad?” nos decían algunos. Ay… pequeños desconfiados.

Sin Internet, sin mapa, sin tener ni idea de dónde ir y con la paciencia agotada de los asaltadores de turistas, nos metemos en el Starbucks para refugiarnos de Delhi. “¿No ibais de mochileros y sin pagar caprichos?” Pues, sí, pero fue la mejor idea que tuvimos ese día.

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Sule hasta las narices de Delhi.

Una vez dentro, sin la posibilidad de conectarnos al wifi del local, le pedimos ayuda a una pareja sentada a nuestro lado. Gente muy amable. Nilesh y Vamika. Les contamos que dormimos con alguien que no conocemos. Flipan. Aún así llaman por nosotros a nuestro anfitrión (Surya), nos llevan a un cajero en coche y nos meten en un taxi diciéndole al taxista la dirección.

Conocimos al susodicho que nos iba a hospedar en su “Yoga Center” a eso de las 5 de la tarde. Nos recibió en su casa primero, donde también conocimos a Yuri, su hermana y Eli, su sobrino, que nos sirvieron un Chai (té) y una deliciosa comida india. Primer té que tomamos, por cierto, que no sabe a como si hubieran rellenado con agua la taza que alguien dejó con los restos de alguna otra bebida. Pero bueno, volvamos a la historia, que entre la salamandra gigante que nos mira desde la pared y la fiesta de insectos voladores que hay por toda la habitación nos distraemos.

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Deliciosa comida en casa de Surya.
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Santi y el amigo Surya.

Estábamos esperando a los otros 2 couchsurfers (los otros dos que se quedaban en su casa de gratis. Que sí, de gratis) a que llegaran del centro. Una vez que llegaran nos iríamos al centro de yoga de nuestro nuevo amigo, donde pasaríamos la noche.

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Descansando en la casa de Surya.

Ahora imagina, te metes en un coche, un buen coche, con el letrero “police” por delante y por detrás (pero en pequeño, como muy corrupto, como muy… sospechoso). Gente con pasta, chófer y de todo, los 4 couchsurfers, Surya, el chófer y el amigo extraño del chófer, que al igual que él, no habla. A todo esto hay que decir también que el couchsurfer italiano era un poco… peculiar, de estos que te hacen preguntas totalmente aleatorias y responden “Aah…”, como si tu irónica, seca y extrañada respuesta les hubiera satisfecho.

Y ahí estamos, nosotros dos, en un coche de “policía”, de noche, con 5 desconocidos y dispuestos a ir al Yoga Center del gallu esti. En India todos, TODOS los coches pitan. Pitan para avisar de que están, de que llegan, de que frenan, de que giran, de que te quieren llevar y de que les da la gana pitar. Pero nuestro coche no sólo pita, tiene sirena. Sirena que no para. Sirena que pone nervioso al italiano. Que entre el pitidito y la música india rara ésta no paraba de removerse en el asiento, de preguntar cuánto falta, de pedir ir al baño, de suplicar que bajen la música y de decir que tiene hambre. Le contestan que cuando lleguemos tendremos la cena lista, que queda poco.

A Santi se le pega el nerviosismo: El Yoga Center es suyo, trabaja allí y se ha parado a preguntar cómo se llega, ni él ni su chófer lo saben, ¿por qué? Llevamos una hora y media en el coche y el centro de yoga estaba en Delhi. ¿Qué está pasando?

Sule habla con el brasileño y se le nota comodísimo, pero Santi empieza a estar preocupado. Nos pregunta varias veces si bebemos alcohol, insistente. Los dos couchsurfers habían llegado dos noches atrás y no los llevó al Yoga Center. En dicho centro trabajaba un montón de gente pero este mes casualmente estaban de vacaciones. Surya no dejaba de mirar el whatsapp y el GPS.

Lo siento Sule, pero entras en el juego.

  • Oye tío, ¿a ti no te mosquea todo esto?
  • ¿El qué?
  • Dijeron que quedaban treinta minutos hace una hora. ¿No era en Delhi donde estaba el sitio? Surya no para de mirar el whatsapp, el GPS, y a mí la música esta chunga me está poniendo nervioso.

Y Sule, que ahí estaba, sin enterarse de nada, como el de la Vida es Bella, entra en shock. Calla. Abre los ojos y ve dónde se ha metido.

Nos dicen que queda poco. Muy poco. Paramos a cenar. Pero si queda poco y la cena estaba lista, ¿no?

Bajamos del coche. No todos. Se quedan dentro el chófer y el amigo que no habla. Surya insiste en que dejemos las mochilas. Aún así cogemos la mochila pequeña con las cosas importantes. Esto huele mal. Muy mal.

Sule pregunta por qué los otros dos no vienen. Lo pregunta tres veces. No hay respuesta. Nunca hay respuesta. Parece que siguen un guión sin ninguna capacidad de improvisación.

El italiano, a pesar de las ganas de mear y de cenar no va al baño y casi no cena. Se queda a solas con Santi cuando los demás van a pedir. El spaghetti se ríe nerviosamente y sin sentido alguno, lo que remueve la teoría de Santi de que Don Corleone estaba compinchado con ellos.

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La última cena.

Terminamos y nos dirigimos al coche. Nos vamos ya. No. El chófer y el colega no están. Sin embargo, ha aparecido un grupo de hombres alrededor del coche. Con la mirada puesta fijamente en nosotros. Ceño fruncido y gesto serio. Surya nos quiere reunir un poco más distanciados del gentío, en la sombra, ofreciéndonos fumar un cigarrillo. Santi vive su mayor momento de tensión y le propone a Sule irse.

  • Sule tío esto es extrañísimo, nos roban o algo fijo, cogemos las mochilas y nos piramos al bus ese que hay ahí.
  • ¿Tan jodido lo ves?
  • Mira toda esta gente rodeándonos justo cuando el bar se vacía.

El estómago aprieta, el corazón se acelera.

  • Y, ¿dónde vamos a estas horas en mitad de la nada?

Alivio. Aparecen el chófer y el amigo. Subimos al coche y todo silencio. Ya nadie habla, ya nadie ríe, ya nadie pregunta y, por supuesto, ya nadie contesta. ¿Dónde vamos? ¿Dónde estamos? ¿Con quién estamos?

El coche se mete en una carretera bacheada. Entre chabolas, hogueras, gente aparentemente poco amigable y pobreza. La noche nos cubre y sólo la luz del coche nos deja ver que nos hallamos en mitad de la selva.

Otra vez preguntan por dónde se va. No nos gusta. ¿Dónde narices estamos?

Se ve una luz a lo lejos. Un foco. Le dan las largas. Continuamente. Avisando. Parece que se equivocaron de casa y siguen de largo.

Santi analiza los sitios por donde pasamos preparando una posible posterior huida.

Llegamos a la puerta y pita. Pita y da las largas. Un tío de casi dos metros nos abre el portón. Santi piensa que éste es el último momento posible para salir por patas, pero mierda, el coche éste se cierra automáticamente y sólo se abre cuando el conductor así lo decide. Hemos llegado al Yoga Center.

El portón rojo descubre una casa blanca, con un jardín de barro, conejos y unos ladridos de perro ensordecedores. Nos reciben dos personas dentro de la casa. Sonrisas. Sonrisas de oreja a oreja. Todos hombres. Todos demasiado amables.

Nos enseñan la casa y vemos sólo dos habitaciones, con dos camas cada una. El chófer y el otro no se quedan a dormir, vale, pero somos siete. Y, ¿es aquí donde pueden meter a 20 personas a dormir? Y, ¿es aquí donde practican yoga?

El miedo puede al sueño, pero queremos ir a nuestra habitación. Sule pregunta cómo es la distribución. Nos toca dormir con el hermano de Surya, Mickey.

  • ¿Podemos dormir los cuatro couchsurfers en una sola habitación?

Silencio.

Vemos que al coche le ponen la bombilla de policía.

Nos echamos y esperamos, estamos acojonados. Pensamos en nuestras familias.

De repente, uno a uno, pasan los cuatro por delante de la puerta. Los pelos de punta. Falsa alarma, van a fumar.

Mickey viene. Tarde, pero viene. Nos hacemos los dormidos y se tumba en su cama. Enciende el móvil y le envía algo a Surya. Recibe respuesta y se va. Sule aferra la navaja en un puño. Santi, situado entre Sule y Mickey, no tiene más defensa que la rapidez de actuación de su amigo.

  • ¡Mierda! La sirena, la luz de policía, las preguntas sobre el alcohol. Estos nos quieren sacar los órganos.
  • Sule, si salimos de ésta, te pago un hotel de 4 estrellas.

Mickey vuelve y se echa a dormir. Nunca agradecimos tanto un ronquido.

Navaja en mano y ojo alerta llegamos a conciliar el sueño durante una o dos horas de aquella larga noche en la que creímos haber perdido la confianza en Couchsurfing.


8 respuestas a “Paranoia

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