Viviendo con los Sikh

Decimos adiós a Jaisalmer, al fuerte, al lago, al desierto, al calor inaguantable. Pero nos resistimos a decírselo a Sawai. Nos despedimos con un nostálgico y esperanzador “hasta luego”, a sabiendas de que es casi más probable sentir un terremoto bajo nuestros pies en los próximos tres días que volver a verle algún día.

Nos vamos al norte de India, a Amritsar, buscando un paisaje distinto, una cultura diferente y una temperatura más baja. Sin embargo, antes tenemos que pasar por Bikaner, donde Toffi, nuestro último anfitrión, nos espera para ayudarnos a redirigirnos a nuestro próximo destino. Exceptuando la chapa que nos dio con el camel safari, es un tío diez y que nos ha ayudado muy gratamente.

El tren nocturno a Bikaner es una buena chusta. No encontramos camas y las únicas opciones para estar tumbados son los compartimentos donde ha de ir el equipaje o el suelo. La primera opción la descartamos ya que la superficie no es uniforme y consta de unas barras que estoy seguro de que se me hubieran meti… la segunda opción la llegamos incluso a considerar, pero el suelo está lleno de una mezcla de polvo y arena que bien serviría para hacer que la pleamar no llegara hasta el muro de Salinas o de Gijón.

20151025_023248
A algunos no les importó mucho el polvo

Por tanto, nos sentamos en una especie de butacón que no tiene ni reposa-brazos, ni respaldo reclinable, ni es un butacón. Es una mierda de asiento más incómodo que comer la sopa con tenedor y pajita. Y ahí pasamos las siguientes ocho horas, sin poder pegar ojo. Resultado: llegar a Bikaner a las 6 de la mañana con más sueño que un oso panda y más perdidos que Marco el día de la madre.

Pero, como dije, Toffi se porta de cine y nos dice que vayamos a la guesthouse de su amigo. Que descansemos un poco y que nos encontremos para comer. Y eso hacemos, dormimos tres horas y como nuevos.

20151025_124534
Santi tras las 3 horas de sueño

Vamos a la estación para ver los horarios y los precios de los buses para Amritsar. Sin embargo, el concepto de estación no lo tienen muy desarrollado aún. Unas 20 “agencias de viajes” se montan en hilera en un lado de la calle. Estas modernas y elegantes oficinas callejeras constan de una barra de madera, 2 ó 3 cuadernos encima de ella y un tío detrás gritándote como un poseso para que vayas a la suya.

Nos acercamos a la primera, y su sonrisa amable y sus gritos de “my best friend” (ojo, que no me conoce y ya soy su mejor amigo, este no ha salido mucho de casa creo yo) desaparecen. Ya has ido hasta allí, así que es como si ya no tuvieran que ser agradables, no lo entiendo.

  • Entonces, el bus sale de aquí, ¿no?

  • ¡Que va! Sale de un kilómetro y medio más para allá. Desde el Indian Circle.

¡Claro! Y por eso todas las agencias se agolpan aquí, porque desde aquí salen cero buses. Lógico.

En una hora salimos, así que, antes de ir a la parada, compramos nuestra merienda-cena-desayuno (pan de sandwich, mermelada, galletas y agua) ya que el bus sale a las 17:30 y llega a las 06:00. Comprobamos la que será nuestra cama en las próximas 12 horas y media y vemos que tiene más polvo que el vagón del último tren que estuvimos.

IMG_20151025_165850
Sule intentando quitar los kilos de polvoarena

Ilusionados y dispuestos a creer que Toffi tenía razón cuando dijo que hasta Amritsar no había baches, que era “flat highway”, nos tumbamos tan pichis. No sé qué entienden aquí los indios por autopistas llanas y sin baches porque pasamos más de dos horas con un traqueteo que ni que el autobús tuviera las ruedas hexagonales. Pero debió de cambiar la cosa más al norte, o eso o que nuestros traseros se transformaron en cojines del Ikea, ya que al cabo de un rato acabamos cayendo en el más profundo de los sueños. Tanto es así, que de repente unos golpazos a nuestra puerta nos hacen abrir los ojos.

  • ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

  • Pues pasa que ya estamos en Amritsar, chaval. A ver si os largáis ya del bus que me quiero ir a casina.

O algo así debió decir el puntu, porque no habíamos hecho más que empezar a empacar las cosas y el tío ya estaba poniendo en marcha el autobús y largándose de allí. Con nosotros dentro, sí.

Estamos en Amritsar, y ahora, ¿qué? Otra vez son las 6 de la mañana y no tenemos ni idea de adónde ir. Resulta gracioso ahora, pero imaginaos lo siguiente:

Estás en India, donde el inglés es más macarrónico que el de tu querida abuela; son las 6 de la mañana y no ves más que oscuridad; llevas alrededor de 30 horas viajando y has descansado menos que el día antes de Reyes cuando tenías 7 años, y para colmo, te rodean cuatro indios a ti y cuatro a tu compañero, de los que puedes llegar a entender “dónde” y “amigo”.

Si se tratase de tu primer día de viaje podrías entrar en estado de “iros a tomar por saco malditos indios de mierda, que no os vamos a comprar nada por más que nos deis la vara, ¡¡pesaos!!”, pero llevar casi tres semanas en este país te curte, así que nos lo tomamos con calma y buen humor. Mostrando una sonrisa sacamos el ebook, miramos la Lonely Planet y encontramos un hostal barato: Tourist Guesthouse. Seleccionamos al afortunado que se llevará nuestras 40 rupias (55 céntimos y hay que ver cómo se pelean por llevarte, daos cuenta de lo diferente que es todo) y vamos para allí. Nos metemos en este curioso bólido tan característico de Asia, el rickshaw, que viene siendo algo así como un triciclo de metal gigante con techo, a motor; a veces, porque también los hay a pedales, en los que un enjuto y amable paisanín se ofrece a llevarte a tu destino por un precio irrisorio, ya que no tiene otra bala para competir con el rayo alumínico. Infortunadamente para ellos, no vamos a coger nunca este medio de transporte ya que nos sentiríamos un poco explotadores e incómodos.

20151027_172817
Jugando al cricket en la Guesthouse

Te vas dando cuenta de que el llegar a una hora u otra puede llegar a determinar muchísimo tu estancia en una ciudad. Al haberlo hecho de madrugada y estar agotados el regateo nos sale algo peor, y eso que Santi se está convirtiendo en un auténtico maestro de este pequeño arte. Nuestro desánimo en cuanto al alojamiento se tornó aún mayor cuando conocimos a los Sikh y su gran Golden Temple (Templo Dorado, mamá).

Pero antes de conocerlos, nos toca pringar. Y ahí estamos, en el templo dorado, siguiendo a la gente. Viendo cómo éste se baña, cómo éste otro reza, cómo aquél viste únicamente unos gallumbos que se le transparenta todo… Nos enteramos de que regalan comida y nos aventuramos a ello. Sabemos que hay que hacer una donación, pero seguro que nuestra donación es mucho menor de lo que pagaríamos por comer en la calle, y aún así suficiente, con lo que “tira palante my friend que me muero de hambre”.

Vemos una cola y nos unimos. Centenares de indios se dirigen hacía el palacete central a paso lento y paciente. Pasamos media hora en la cola escuchando la horrible música india y con el estómago empezando a rugir, y por fin entramos al edificio. Primera planta, unos tíos cantando con toda su alma, qué pena que la voz no acompañe al sentimiento, pero hacemos la donación. Segunda planta, un tío leyendo un libro enorme y gente arrodillándose ante él. Tercera planta, las vistas desde el templo dorado. No hay más plantas. Salimos y… hemos gastado media hora para que nuestro estómago siga vacío, bien.

Obviamente, nos reímos de lo pringados que podemos llegar a ser. Salimos de allí y decidimos ir a buscar una cámara decente. Aún seguimos haciendo fotos con el móvil y tú, querido lector, te mereces algo mejor. Con lo que nos dirigimos al centro comercial, que consta de dos pisos en la que en el segundo sólo hay abiertas 3 tiendas de un total de 30. Subimos y empezamos a comparar cámaras con el dependiente. Cada uno sujetamos una distinta, cuando, de repente, se empiezan a agitar los carteles. Un ruido ensordecedor se apodera de la tienda y Santi gira la cabeza creyendo que una fuerte ráfaga de viento está sacudiendo el ambiente. Pero Sule desvía su mirada hacia sus pies. El suelo empieza a temblar bajo él y tiene la sensación de que se encuentra encima de dos piezas de Lego que están a punto de separarse. El desconcierto es el único dueño de nuestras mentes hasta que el grito ahogado del dependiente nos despierta de nuestro ensimismamiento: “¡Terremoto!” Sale disparado delante de nosotros y entonces reaccionamos. Corremos sin saber qué dirección tomar. Buscamos la salida, pero antes de poder llegar a pisar las escaleras, el dueño de la tienda nos guía con él.

Llegamos a un balcón amplio, adonde van a parar otros tres trabajadores más. Por otro lado, debajo, en la calle, la gente se agolpa mirando los edificios. Viendo sus propias tiendas y con el corazón a mil, sabiendo que han podido ser testigos de cómo su negocio se venía abajo físicamente. Pero tal desgracia no ocurre, no. Al menos, no aquí.

El terremoto de 7.5 grados que ha sacudido Afganistán, Pakistán y el norte de India, el pasado lunes 26, ha dejado sin vida el cuerpo de más de dos centenares de personas.

Nosotros, desde aquí, sólo hemos notado un temblor que nos ha llegado a asustar. Sin embargo, habiendo sido testigos del paupérrimo estado de las infraestructuras en India, no nos habría extrañado que de haber sido un terremoto más fuerte, o de haber ocurrido más cerca, hubiera derrumbado edificios con la misma facilidad con que una ligera brisa desbarata una partida de mus en la playa.

Para nosotros, el seísmo pudo habernos servido como cómplice perfecto para llevarnos dos cámaras por la cara. Pero entre que no vamos de ese rollo, y que aquí tienen el business tan metido que ni un terremoto los despista, nos vamos con las manos vacías.

Y al tercer día, nos vinimos con los Sikh. Pretendiendo estar una noche, dos como máximo, nos quedamos tres.

¿Esos tíos con un turbante enorme en la cabeza? ¿Esos con una barba más poblada que la de Gandalf? ¿Esos que te miran con cara de tener menos amigos que Milhouse? ¿Esos? Son los Sikh. Tus futuros mejores amigos.

La religión Sikh nació hace unos 500 años en una ciudad de India que hoy en día pertenece a Pakistán. Sus principales valores son los de honestidad, trabajo duro, respeto y generosidad. Oprimidos durante años por los musulmanes, torturados y mutilados a manos del Islam, esta religión ha conseguido sobrevivir y contar con millones de fieles, y es que en India el 20% de la población profesa el Sikhismo. En Punjab, estado de India donde se congrega la mayor parte de estos creyentes, se encuentra Amritsar, y en ella el anteriormente citado Golden Temple. El templo acoge cada día a millares de Sikh y turistas de todas partes de la India, ya que cada fiel ha de acudir al menos una vez en su vida. Además, es donde se encuentra el auténtico libro sagrado de esta religión que, según la creencia Sikh, tiene vida propia. Es por eso que, cada día, a las 21:50 horas, lo trasladan del templo a una sala situada a 200 metros que, para que el libro no pase calor, dispone de aire acondicionado. Pasadas unas 4 horas, a las 02:00, una vez el libro ha descansado, lo devuelven al magnífico edificio, que parece flotar en medio de un lago cual trozo de pan en una sopa de fideos.

20151028_182207
El Golden Temple de noche
IMG_20151026_132306
Sikh tras bañarse en el agua sagrada del Golden Temple

Tan grande es la generosidad Sikh que cada día y en un servicio continuo, con una organización envidiable por cualquier restaurante europeo, reparte comida de forma gratuita a toda persona que se acerque al comedor. Un buffet thali que no dejan de rellenar constantemente, cosa que nos encanta, y que varía según el día. Se cuentan por más de 24000 los chapatis que se producen en una hora. El único requisito es ir descalzo, lavarse los pies en el agua de la entrada, agua de la que alguno bebe, y taparse la cabeza con un pañuelo.

20151027_142712
En el comedor del Golden Temple

Pero ahí no se acaba su amor por compartir. La religión punjabi da cobijo a todo el que lo necesite, incluyendo habitaciones reservadas para extranjeros y en las que muy cómodamente nos hospedamos 3 noches. Cualquier persona puede entrar al templo y dormir en el suelo. Aunque esto no suene muy apetecible dicho así, para los Indios un piso bien duro es preferible a cualquier colchón LoMónaco. Qué clásico el tío este calvo de bigote, bonachón… Aquello sí que eran anuncios buenos, que veías el colchón ese ahí blandito y pensabas “uf, ¡es que lo quiero ya!, mira cómo se hunde”. ¡Triple capa! Aquí también tienen triple capa: la mesa, las dos mantas y tú. ¡Toma triple capa!

20151030_214631
«Habitaciones» para los locales

Por supuesto el templo y el edificio anexo donde se encuentran las habitaciones también cuentan con aseos de libre uso para cualquiera durante las 24 horas del día. ¡Y es que esto es Jauja! Pero nada es perfecto amigos, alguna pega tenía que ceder ante tanta maravilla. Como todos los aseos públicos, hablamos desde el único conocimiento de baño masculino, lo juramos, consta de dos equipos básicos: el clásico meadero de pared, con diana o sin diana; y el WC. Dicho WC, por higiene y comodidad, suele consistir en un habitáculo cerrado dispuesto de una serie de accesorios muy prácticos, cada uno en su materia, como son: el retrete, el papel higiénico, la escobilla y la puerta. El retrete no lo necesitan, están fuertes de piernas y no les gustan los avances que se oponen a las costumbres ancestrales. Lo del papel higiénico tampoco se lleva mucho y en su lugar utilizan: o bien, una manguera; o bien, un chorrito de agua turbopropulsado hacia donde toda lógica invita a imaginar, lo cual nos parece muy cómodo y muy limpio, aunque siempre acabes con el calzoncillo mojado ya que, como he dicho, no hay papel. ¡Pero! ¿Qué pasa con la puerta? Hay puerta, no os asustéis. Pero dicha puerta tiene una ventanita de cristal cuadrada. Como las de las aulas de los colegios e institutos, que son tan prácticas para espiar a la repetidora cachonda de la clase de al lado o tocar las narices a algún profesor plasta. Mais… ¿Para satisfacer qué extraña necesidad pueden querer una ventanita en la puerta de un baño?

Yo tampoco lo sé. No sé si es por puro morbo, por meter presión más fácilmente o yo que sé por qué, pero la tienen. Así que, ante la nada tentadora alternativa de hacer guardia en la puerta por el bienestar de tu compañero y tener que aguantar las inquisitivas miradas de los curiosos que no entienden qué haces ahí, nos decantamos por comernos un helado en McDonald’s y aprovecharnos de paso de las innumerables ventajas que ofrece el estilo de bathroom occidental. (El chorrito y la manguera que no falten, eso sí).

Así que sí, el Golden Temple es la leche. Pero, como hemos dicho, de todo esto nos dimos cuenta dos días tarde. Lo que tiene ir sin mapa, sin guía, sin conocimiento del entorno. Lo que tiene haber decidido tres días antes que te ibas a una ciudad llamada Amritsar.

Conocemos entre thali y thali a Niklas y Elmar. Dos alemanes que estudiarán en Bombay el próximo semestre y que antes se están recorriendo el país. Entonces nos hablan de Dharamshala, más al norte de lo que íbamos a ir, y que merece la pena ir a McLeod Ganj, donde se encuentra el Dalai Lama. Así que cambiamos nuestro siguiente destino, y en vez de ir directamente a Rishikesh, pasaremos antes por el pueblo que acoge a los exiliados tibetanos.

Pasamos la mayor parte del día siguiente con ellos y nos apuntamos a ir a la ceremonia que montan todas las tardes a las 17:00 horas en la frontera entre Pakistán e India.

¿Qué decir de este “pacífico” ritual? Patadas voladoras, tíos disfrazados, gente animando y coreando, soldados dándose la mano durante tres segundos y medio… Una vergüenza ajena increíble. Pagar 2 euros por pasar la tarde riéndote está bien, pero si pretendes ver algo serio, como ellos deben pensar que es, olvídate.

20151029_170724
Ridículo espantoso en la frontera

Volvemos y conocemos en la “residencia” a Manuel. Cántabro, pasados los cuarenta y con un buen rollo que contagia. Nos vuelve a hablar de Dharamshala y ya lo tenemos más que decidido. Y hablamos de Nepal. Él también pretende ir y es consciente de los problemas que tienen ahora mismo con la gasolina: tras unas disputas políticas con India, se han visto privados del suministro de combustible y, debido a la pérdida de conexiones, es posible quedarse estancado en una ciudad una vez estás allí.

Nos cuenta además una ruta chulísima que se puede hacer a caballo, cruzando un parque nacional y bordeando la frontera. Se le iluminan los ojos contándolo y a nosotros escuchándolo.

En diez días puede que nos encontremos en Rishikesh y formemos piña para entrar en el país. Volvemos a cambiar la ruta: No vamos a Varanasi.

Amanece y en el lugar donde debería estar Manuel se encuentra Julio. De Compostela. Que se ve que como los de allí no pueden empezar a hacer el Camino de Santiago desde casa pues se piran a recorrer mundo y a la vuelta pueden decir que están haciendo el Camino largo. Julio ya lleva 4 meses de viaje, empezando en Londres. Se ha recorrido Europa y los “stanes” (Turkmenistán, Kazakstán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán…) y se queda con Kirguistán, donde dice que la gente es increíble.

20151030_195154
Julio en la habitación para extranjeros

Ya con Julio, nos volvemos a aprovechar de la generosidad Sikh: para desayunar zumo de mango, o cualquier producto Coca-cola por 6 rupias (8 céntimos amigos, eso es lo que te cobran por el líquido de la botella de 200 ml que te bebes y cuyo casco devuelves luego. No sabemos qué clase de convenio tendrán, pero permite hacerse una idea de los niveles de rentabilidad de Coca-Cola); manzanas y plátanos para el postre, en varios puestos alrededor del templo también dan comida (si no te enteras de que están ahí repartiendo porque no has visto la cola de 200 personas yendo a una mesa, no te preocupes, ya vendrá un canoso Sikh a avisarte y, muchas veces, a colarte); comida thali por la cara; helado en el McDonald’s (ya me entendéis), y cena también en el templo, que comer no comimos mucho y hay que repetir. Una vez terminada la cena nos ponemos de voluntarios a fregar.

20151030_213947
El lavavajillas humano

Nos metemos en el primer estante que encontramos y nos juntamos con los demás indios. Entonces llega el cubo de los platos sucios. Dos tíos lo sujetan uno por cada lado y ¡bum! Vuelcan todo el contenido en el estante haciendo un ruido insoportable y tirando bandejas y cuencos al suelo, golpeando muchas veces a la gente que está alrededor.

Una vez tenemos las bandejas y los cuencos en la pila, a fregar. El agua se empieza a tornar verde, pero perdemos el sentido del escrúpulo y nos esforzamos en quitar toda mancha de lenteja de la vajilla y sin descanso rebuscamos con deseo una nueva pieza dentro del fango. Entonces, nos damos cuenta de que todo nuestro esfuerzo se podía haber reducido a la mitad, ya que todos los utensilios van a ir a parar a un siguiente estante donde los vuelven a enjabonar, y a otro más después donde los aclaran. Es decir, sólo deberíamos estar quitando los tropezones del primer lavado.

Y tras la quinta noche en Amritsar, y la tercera viviendo con los Sikh, nos vamos, no sin dejar antes una más que merecida donación. Esta ciudad no tiene mucho que mostrar y hemos alargado demasiado nuestra estancia. Siguiente parada: McLeod Ganj, en Dharamshala. Pasamos de los Sikh a los monjes tibetanos, de la ciudad de los gurús a la ciudad del Dalai Lama, de Punjab a los pies del Himalaya.


3 respuestas a “Viviendo con los Sikh

  1. Necesitaréis un colchón LoMónaco pal resto del viaje ( de 3 capas y con ruedas a ser posible ). Jajaja !
    Menos mal que también nos hacéis reír bastante !!!

    Me gusta

Deja un comentario