Muchas veces las cosas no salen como se planean, pero lo que pasa entonces suelen ser las cosas que merecen la pena.
Los hechos que acontecen en este capítulo se escriben con un desfase de 18 días en el caso del más lejano. La imposible tarea de encontrar wifi en Bangladesh se unió al antojo informático de no querer abrir el archivo word donde ya había dejado impresas las historietas que se presentan a continuación, en un intento fallido de boicotear este nuestro blog. Se presenta por tanto ahora la segunda versión de los hechos, reescrita con el ansia de que el tiempo no enturbie el rastro indeleble de las palabras en la memoria.
Shanim nos despertó con un tímido amigou que nos arrancó una sonrisa a pesar de que nuestros ojos todavía no se hubieran resignado a subir la persiana. Sus 7 años en Madrid han dejado más mella en el trato que en el idioma, pero ya mejorará. Lo comprobaremos seguro cuando volvamos a pisar tierra hispana. Nos marchamos de su casa temprano para coger a tiempo el bus que nos llevaría a Kuakata, al sur de Bangladesh. Pequeño pueblo pesquero separado de las tibias aguas del Índico por una playa kilométrica.



A pesar de ser un sitio idílico y very beautiful para muchos de los bengalíes que nos habíamos cruzado, y que con las fotos os hayamos cautivado ya que somos unos fotógrafos de la leche, Kuakata es, para todo el que haya visitado alguna vez la costa, una playa del montón. La ubérrima y selvática vegetación bengalí es lo único que la hace desmarcarse un poco de las playas españolas, que nada tienen que envidiar.
En Kuakata tuvimos nuestro primer encuentro de muchos con la policía del país. Al parecer, al gobierno semi dictatorial que dirige Bangladesh hoy en día, le gusta poner cinco veces más policía de la necesaria en la calle. Es por ello que, para no sentenciar a los maderos únicamente a la ardua tarea de sacarse mocos y jugar al cricket, ha decidido prestar una desmedida e innecesaria sobreprotección a los turistas.

Desde Kuakata a Barisal, donde volvimos solamente como punto de conexión con Dhaka, una moto con dos policías nos escoltó todo el rato, el de paquete recortada en mano. La curiosidad mutó a ligera preocupación cuando al llegar a Dhaka, nada más bajar del bus, cuatro amables militares nos invitaron a subirnos a su furgo para llevarnos directamente al puerto. Paradójicamente, el ir escoltado por la policía transmite más inseguridad que otra cosa, y en ese momento nos empezamos a preguntar si de verdad habría algún peligro. No tuvimos que hacer nada más que dejarnos guiar y ya nos encontrábamos metidos en nuestra cabina del barco rumbo a Dhaka. Cena de parejeo en la cabina muy rollo Titanic y a sobar.
7 am, Dhaka. Vuelve a repetirse la incorregible situación: ¿Bueno y ahora qué? Pues a sacar la Lonely Planet (guía de viajes) de 2012 que amablemente algún anónimo compartió por internet y rezar por que las cosas no hayan cambiado mucho en 3 años. Encontramos hostal y compramos el ticket de bus hacia Rangpur, donde nos encontraríamos con Arif.
No voy a malgastar vuestro tiempo ni el mío contando cosas de Dhaka porque no merecen la pena. Como toda capital visitada hasta ahora, evitable al 100%.
Cortinilla de estrellas
¡Estamos en Rangpur! Nos acabamos de chupar un eterno autobús de 18 horas, trayecto en el que Sule perdió dos de los cinco o más kg que llevamos perdidos. Los botes incesantes, la costumbre asiática de adelantar intentando fundir el claxon, las voces de la tertulia del conductor con los colegas. Qué más se puede pedir.
Es por la mañana y hay que buscar hostal, nos montamos en un rickshaw y con la ayuda de algún bilingüe madrugador conseguimos explicárselo al conductor. Tenemos que pasar una noche antes de que Arif llegue de Bután y nos acoja en su casa.
El hostal estaba bien, las ventanas no estaban rotas pero, desgraciadamente, no disponía de western toilet. ¡Todo no se puede tener hombre ya! Tanta exigencia y tanta tontería.
Y nos dio uno de esos días vagos. Nos pasamos 24 horas metidos en esa habitación mientras en nuestros estómagos la cebolla y el cardamomo celebraban el campeonato del año de kick-boxing de pesos ligeros. Gracias al tan manido ordenador, vimos un par de peliculinas que siempre viene bien culturizarse un poco en el séptimo arte: Mar Adentro y El Exótico Hotel Marigold. Esta última nos trae entre risas muchos y buenos recuerdos de India, pero no consigue engañarnos con su fantasiosa representación de Jaipur.
Las casualidades son las cicatrices del corazón le dijo Fermín a Daniel Sempere.
Por no entrar a Bangladesh por el puesto fronterizo que habíamos planeado en principio conocimos a Arif, un tío: de ley. Ya nos lo había parecido en las escasas 3 horas que pasamos con él el día que lo conocimos pero lo pudimos comprobar de nuevo y más intensamente cuando nos acogió en su casa de Rangpur. Una casa-edificio de tres pisos en el barrio más tranquilo de la ciudad. Y vosotros podéis pensar: vaya, qué casualidad también, uno de Bangladesh y encima con pasta. Pero nada más lejos de la realidad pequeños tunantes, puesto que si encuentras a alguien de Bangladesh fuera de su país existen dos posibilidades: o está de viaje y tiene mucha pasta, o está por trabajo y tiene mucha pasta.
Nos quedamos en su casa 6 días que quedarán grabados en nuestra memoria largo tiempo. Conocimos a sus hermanos y primos, jugamos al snooker y al cricket con ellos, fuimos al zoo y nos encontramos con un espécimen más raro que el cromo de Rivaldo en el Dépor, conversamos con su mujer y con sus amigos, comimos hamburguesas, jugamos con sus hijos, nos llevó con el coche a mil sitios, montamos en elefante, degustamos la riquísima cocina de su madre y la generosidad del padre que, sin haber cruzado apenas palabras por haber estado él en Dhaka trabajando, el último día nos entregaba en una bolsa el desayuno que nos había comprado para el viaje a Cox’s Bazar. A todo esto decir que para pagar algo teníamos casi que pelearnos con Arif, y sólo nos dejó pagar la noche que cocinamos nosotros la cena. Arif es un tío increíble y esperamos que nos venga a visitar a España e intentar así devolverle un pedazo de su inigualable generosidad.






Pasamos con ellos también un día importante para todo bengalí. El 16 de diciembre de 1971, tras la guerra de liberación, Pakistán Oriental se independizó de Pakistan Occidental, formando lo que hoy en día se conoce como Bangladesh. Aunque la mayoría de la gente acuda con normalidad a sus trabajos, ese día es fiesta en todo el país.
Arif nos compró unas bandanas y nos fuimos a derrochar patriotismo por ahí.

Uno de los últimos días nos metió en el coche y nos llevó por ahí con su hermano, como muchas tardes hacíamos. Parecía que iban de compras a por algo de ropa. Resulta que nos quería comprar una sudadera a cada uno, idea de la madre según él. Nosotros le decimos que ni hablar, que no podemos aceptarlo, aparte de que las sudaderas eran feísimas (esto se lo dijimos también, como verdad absoluta y para que no nos las comprara a pesar de nuestra negativa, cosa que, de otra manera, hubiera hecho seguro). Arif ponía mala cara y decía que la madre se iba a sentir mal. Cuando vimos que la cosa iba en serio, atrapados en tan absurda tesitura, decidimos aceptar una camiseta y un cubo de rubbik para que quedaran felices.

A pesar de que nos decían todos muy enserio que nos quedásemos y pasásemos las navidades con ellos, nos fuimos de Rangpur el 20 de diciembre, dirección St Martin Island.
En el trayecto aprovechamos para hacer una compra importante en la que no nos habíamos parado a pensar hasta que fuimos testigos conscientes de su magia, casi tres meses después de dejar España, en casa de Arif. Pasar de galletas, a leche con cereales y galletas, es todo un salto de nivel.

En serio
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