Al oeste del edén

Una valla, una montaña, un puente. Frontera. Una palabra demasiado sencilla. Un concepto imperfecto. Cruzas, sin saber muy bien donde se encuentra, la línea imaginaria que separa dos países y sin apenas tiempo a darte cuenta ahí estás. Todo parece igual pero ya nada es lo mismo. Las pocas palabras que habías aprendido en un idioma no son ahora más que ruido. Desaparecen los rickshaws. La oferta de comida se multiplica y el precio baja hasta límites insospechados. La gente no alucina al verte. Los billetes que todavía guardas en la cartera son mero papel de un color extraño. Las carreteras se transforman. Desaparecen los baches. El cuentakilómetros sube de 40.

1000 kyat
Riquísimos noodles y sopina por 1000 kyat (0,70€), los dos

Cruzamos a Myanmar el 30 de diciembre. No las teníamos todas con nosotros ya que, para cruzar a Myanmar desde India es necesario pedir un permiso (al margen de la visa) y predecir una fecha exacta de cruce. Fecha que nosotros, estando en Bangladesh, igual de optimistas con el tiempo que cuando hacemos tortillas y se termina cenando a la 1 de la madrugada, exigimos que fuera el 28 de diciembre. Durante nuestra odisea, viendo que no llegábamos a cruzar el 28, mensajeamos a la agencia para retrasarlo al día 29. Nos dimos toda la prisa que pudimos pero acabamos cruzando el 30. A priori la cosa parecía más formal y creímos poder llegar a tener algún problema puesto que llegamos a la frontera sin ningún permiso impreso y con la única garantía de unos emails intercambiados con la chica de la agencia. A pesar de nuestros fallos de cálculo y de la pésima comunicación con la señora, tanto por culpa de su inglés, como por nuestro limitado acceso a internet; no tuvimos ningún problema. En cuanto vieron que llevábamos el dinero en metálico se esfumaron todas las dudas.

«Taxi» (costó 15€) de 18 horas y llegamos a Mandalay, otrora capital del país. Ciudad grande situada geográficamente en el centro del mismo, desde ella despediríamos el año 2015 cinco horas y media antes que vosotros, pero sin uvas.

Pasamos en Mandalay, además de nuestra primera resaca del viaje, un par de días haciendo un poco de esto de sightseeing que está tan de moda y que, a veces, nos forzamos a hacer.

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Dando conversación a los niños y niñas de una escuela de inglés
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Un fotón
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Puente U Being, el puente de teca más largo del mundo
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Puestín de comida callejera

Nuevo país, nuevas costumbres. Movidos por las ganas de probarlo, así como por la necesidad de contrarrestar el gasto del alojamiento, del que habíamos leído en varios blogs que se había disparado enormemente en comparación con el resto de países de nuestro viaje; empezamos a hacer autostop. En inglés: hitchhiking, en birmano: (…) No, no existe esa palabra. En Myanmar habla inglés muy, muy poca gente. España es Oxford a su lado. Así que nos vimos obligados a recurrir a nuestras dotes de mimo en numerosas ocasiones para tratar de explicarle a la gente qué estábamos haciendo ahí en medio de la carretera.

  • ¿A dónde queréis ir?

  • A Bagan, pero: no bus, no taxi.

  • ¡Vale vale! Sube en la moto que te llevo a la estación de buses.

  • Que no que no, que no bus hombre. Baisan mishivú (sin dinero), hitchhiking, normal cars, trucks…

  • Aaah… ahora entiendo. Vale venga sube. Sí sí, no me mires con esa cara de desconfianza, hazme caso.

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Resumen del autostop en Myanmar

Acabamos un par de veces en la estación de autobuses, era inevitable. Sin embargo, y a pesar de que nadie sabe qué es y que te miran como si estuvieras loco, en Myanmar es facilísimo viajar a dedo.

Y qué descubrimiento esto del autostop. Ya no solo es cuestión de dinero. No estuvimos nunca más de media hora esperando y la mayoría de las veces llegamos al destino antes de lo que lo hubiéramos hecho en bus. Unas veces más cómodos, otras menos, pero siempre de una manera diferente.

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Uno de los camiones con los que viajamos

Aprendes un poco de su alfabeto, te comunicas, utilizas tus destrezas de bufón para conseguir un cartón de una caja vieja. Conoces gente. Te relacionas con los locales y, a veces, te llevas sorpresas muy gratas.

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Típico buffet Birmano. El conductor (momento de la foto en el baño) nos invitó a semejante fartura

Te escaqueas también del aire denso y atrofiado que habita en las aburridas estaciones de autobús. Del ajetreo, los horarios y el olor a metal de las estaciones de tren. De las colas, las esperas y los tickets.

Y por si todo esto fuera poco, hemos descubierto que el viajar en autostop produce una sensación de satisfacción enorme. Estás ahí en medio de la carretera y de repente: un destello, una luz naranja que se apaga y se enciende. Posibilidad. Una carrerina. Te aseguras. ¡Si! ¡Van para allá! Una etapa más. Destino final y, si no, un lugar desconocido. Un pueblo o un escenario que de otra manera nunca hubieras llegado a pisar. Como por ejemplo, la autopista.

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De esta manera llegamos a Bagan. Ciudad famosa por sus más de 2000 templos y pagodas que salpican de historia una inmensa llanura y que se enlazan a través de rojos caminos de hematita. Esta ciudad es la principal atracción del país, como así lo demuestra Google Imágenes cuando escribes en el buscador Myanmar. Los templos fueron construidos entre los siglos XI y XIII y en su día eran unos 10.000. En este link podéis ver las construcciones más importantes y aprender algo de historia y arte, que sabemos que hay curiosos, restauradores y arquitectos entre los lectores.

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Templos y pagodas en Bagan
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Con el templo That Byin Nyu de fondo
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Dhammayan Gyi Temple

En Bagan, ciudad puramente turística, plagada de hoteles y restaurantes para que el turista se deje unos dineros, pasamos únicamente una noche. La mayoría de la gente pasa dos o tres para así tener tiempo a recorrer en bici la llanura y poder ver y estudiar detenidamente los diferentes templos. Nosotros con unas horas de bicicleta ya nos conformamos. Los templos son una pasada y hay pa’ aburrir, pero nuestro afán cultural tampoco busca empaparse de cientos de increíbles templos y monumentos que un día un señor muy rico mandó construir a unos señores muy pobres. Un templo muy guapo, dos también, 2000 me parece que ya pa la próxima vez…

Imposible olvidar esas imágenes, pero tampoco olvidaremos seguramente cómo dormimos esa noche. Aprovechándose inteligentemente de la gran afluencia de turistas, el alojamiento en toda la ciudad es carísimo, lo más barato 25$, precio que a nosotros nos causa una reacción de chiste.

Después de mucho buscar y negociar, decidimos pasar una noche en la calle, que tampoco pasa nada. Igual de ilusos que optimistas nosotros una vez más, pues de haber sido así hubiéramos pasado más frío que cazando pingüinos.

Encontramos un bar que estaba vacío y donde una señora y su hijo se entretenían viendo la tele. A la entrada del local, unas sillas de madera reclinables. La cama perfecta para esa noche. Les preguntamos si les importaba que durmiéramos ahí y nos dijeron que no, que en absoluto. Cenamos allí y, al poco tiempo, nos acabaron ofreciendo pasar la noche en su garaje donde al menos estaríamos más resguardados. En Myanmar, donde se necesita una licencia para acoger a turistas, y donde si te hacen una inspección y te pillan te toca pagar, no fue la única vez que nos las apañamos de esta manera.

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Tan plácidamente

De Bagan nos fuimos rumbo a Kalaw, con la idea de hacer un trekking al lago Inle, la segunda atracción turística del país. Otra vez autostop, otra vez todo ventajas.

Con la misma incertidumbre que el explorador del Age of Empires, conquistando poco a poco un terreno ignoto, vamos descubriendo el mapa y las costumbres de este magnífico país que mucha gente no sabría en qué continente situar y que, para sorpresa de muchos de los que lo habéis buscado, tiene una superficie un 35% mayor que la de España y es vecino de Tailandia, Bangladesh, China, India y Laos.
Na mas, y na menos.


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