Un trimestre. Vas al cine un par de veces, asistes a clase, sales unos cuantos fines de semana, Navidad, te preparas los exámenes, Nochevieja y ya ha pasado un trimestre. Tu vida no ha avanzado más allá de la ecuación de Bernoulli y, por desgracia, el tiempo no se ha quedado en el bar de la esquina tomando un café esperándote. Para mí eso era antes un trimestre: nada que subrayar.
En ese mismo período, he podido vivir y aprender más que en los últimos años. Sigo sin ver al tiempo por el espejo retrovisor, pero tampoco miro el reloj temiendo llegar tarde a la estación.
Y aquí estamos, cumpliendo 3 meses, que se dicen pronto y se viven rápido, con el pulgar hacia arriba. Como decíamos, vamos a Kalaw, en busca de la segunda atracción turística de Myanmar: el lago Inle.
Tras recorrernos el market del pueblo, visitar alguna pagoda y poco más decidimos que no haríamos el trekking. El bolsillo termina con un agujero del tamaño de la bragueta y caminata ya hicimos bastante en Nepal.
Buscamos la manera de poder ir al lago, cosa que merecería la pena, por lo que trazamos el plan de ir a Tanuggyi haciendo autostop y desde allí sopesar la posibilidad de lanzarse a las aguas estancas.
Celebramos nuestra decisión con alguna que otra cerveza y una pareja de chicas israelís en un bar. Igual por el desconcierto de que Santi pudiera tocar la guitarra y dejarnos a todos cantando o por el exceso de alcohol en el cuerpo, dos chavales salieron del bar a pegarse; o mejor dicho, un chaval de 120kgs le soltó un derechazo a otro de 70kgs dejándolo noqueado en el suelo y terminando todo con la realización de primeros auxilios por nuestra parte. Nada serio, tranquilos.

Móvil nuevo, dedo al aire y para Taunggyi. La capital del estado sorprende para bien y nos brinda la posibilidad de subir monte arriba y alcanzar unas vistas mind-blowing. Pero no lo hacemos porque en la primera noche, en un alarde de exhibicionismo baloncestístico, acabamos agotados ganando al equipo nacional de Myanmar (bueno igual eran solo unos chicos del barrio). Los birmanos no juegan mal, pero no pueden con nuestro talento innato.

Salimos a Loikaw con la duda de si está permitido o no el paso para los extranjeros en esas carreteras y sin que los locales nos lo pudieran aclarar. Sin embargo, y tras un largo viaje en un camión al que meter segunda le costaba más que a Rajoy decir “tres tristes tigres”, llegamos a la ciudad. La única razón por la que estamos aquí es para pasar la noche, y ya es cerrada, así que nos disponemos a buscar una “cheap guesthouse”, lo que algún birmano entendió como el hotel más caro de la ciudad, con spa, piscina y todo incluido. Nos zafamos del amable y sordo amigote y encaramos calle abajo con las pilas a cero. Causa que me hizo creer que un anuncio que rezaba “Manoli Resort” correspondía a una casa a medio construir que estaba justo detrás del cartel, y sin pensármelo dos veces entré a preguntar a la supuesta recepción, que consistía en una mosquitera y un señor medio sobado viendo la tele en el ordenador. El allanamiento a su casa no le importó mucho y el descaro con el que le pedimos sobar allí le pareció gracioso. Así que de esta manera conseguimos alojamiento gratis otra vez en Myanmar, estando prohibido el acoger sin licencia y multado por ley. El lujo de tener una manta encima del suelo para dormir no tuvo precio.

El resto del viaje hasta la frontera con Tailandia consistió en pocas más anécdotas autostopistas que ahora resumo rápidamente:
Un avión a diez metros de nuestras cabezas, una de las mejores comidas del viaje por la cara tras cinco horas en coche, la peor cena del trimestre, un camionero con manos largas y unas conversaciones de mal gusto, unos ladyboys de foto, una camioneta que nos llevaba hasta Tailandia pero que nos dejó a un día de la frontera, y muchas risas recordando lo que llevamos e imaginando lo que se nos viene.
Echaremos de menos Myanmar, un país que sin duda superó con mucho nuestras expectativas. Su comida baratísima y deliciosa, su gente amable que aunque no entiendan qué es el autostop te llevan de gratis donde quieras, sus chicas con los mofletes llenos de manteca para protegerse del sol, su paisaje que te adentra en el sudeste asiático, sus gasolineras callejeras… No te olvidaremos Myanmar.


