Same same, but different

Llegada a Vietnam, el país de las expectativas. Y el paisaje no defraudó para nada. Mejorando la ya impresionante silueta de Laos, entramos al séptimo país del viaje entre riachuelos, cabras, montañas y banderas comunistas.

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Puesto fronterizo Vietnam-Laos

Porque en Vietnam sí se notan algunas pinceladas del régimen. Controles policiales por doquier: en cada cruce, monumento, estricta puntualidad del cierre de establecimientos… pero sin ser demasiado estrictos con el turista. Nos revisan la mitad de una de las mochilas y listos para continuar con nuestro camino.

La gente parece muy agradable. Se puede saber por dónde pasamos por el eco de los hello de los locales que explotan al máximo sus aptitudes anglosajonas cada vez que tienen un “blanquito” cerca. Pero no sé si por las bombas del pasado o la explosión del turismo en el presente, no son tan inocentes como parecen.

Desde el primer momento fue fácil ver que intentan sacar la mayor tajada de la más mínima oportunidad. Si en Laos era complicado hacer autostop, en Vietnam lo extraño es que el vehículo no pare. Pero su sonrisa se torna en sorpresa, extrañeza y hasta indignación cuando les intentas explicar que nos gustaría ir con ellos gratis si van en nuestra misma dirección. Nunca olvidaré la cara de enfado de la mujer a la que parecía le habíamos hecho perder horas de su valioso tiempo por pedirle un favor en menos de lo que dura el semáforo en rojo o el hombre que después de pensárselo nos pide 300 dólares por unos kilómetros de transporte.

Pero bueno, tampoco hay que generalizar en exceso, puesto que como en la fruta, en cada país predomina alguna pero siempre hay más variedades. Y en este nuevo bodegón encontramos tanto buenos corazones que nos acercan hasta donde pueden como cabezas de membrillo que por mucho que se le explique que no queremos gastar en transporte, nos pide algo dinero al final del trayecto (y a uno hasta se lo dimos).

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Exitoso autostop hasta el centro de Hanoi

Así llegamos a Hanoi, donde se nos planteaban dos desafíos que aunque lo parecían no eran tan fáciles: arreglar el ordenador y comprar dos motos. Pues necesitamos dos noches de reconocimiento para encontrar hostal y comida barata, otras dos para conseguir las motos y dos más para lograr “arreglar” el ordenador. Nos dio tiempo a cambiar de año chino y de PC, ver la final de la supertazón, visitas turísticas y cuando parecía que ya controlábamos todos los entresijos de la ciudad, encontrar al lado de nuestro alojamiento la mejor sopa y la mejor pastelería del viaje.

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Dando vueltas por la capital

Remarcable el día de la salida del año de la cabra u oveja de madera. Comenzó con un paseo por callejuelas con olor a pollo muerto y mandarina que fue gratamente amenizado por la invitación de una adorable abuela a un bajo que acabamos descubriendo que era su casa privada. Tal como había profetizado Santi, sin comerlo ni beberlo acabamos ante un no menos delicioso que copioso banquete de fin de año en el hogar de una familia vietnamita.

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Inesperada comida de fin de año con una familia vietnamita

Pasaron las horas y casi sin ganas de cenar aprovechamos las opciones occidentales que da una capital y nos fuimos de fiesta a esperar las “campanadas”. Su versión vietnamita para dar entrada al año del mono de fuego no podía ser otra que fuegos artificiales, en los que vimos arder casi más dinero que billetes de 100 dólares falsos en las calles. Porque entre las curiosas tradiciones de los vietnamitas, como donar frutas, alcohol o chocolatinas a los budas o comprar sal o mandarinos de la suerte, se encuentra la de enviar dinero a los difuntos con esta tecnología ancestral de transmisión, la generación de las llamas.

Y después de las bellas tierras con las que comenzamos y el fuego de Hanoi, fuimos con el aire a favor hacia las pacíficas aguas de Halong Bay. Nuestro primer contacto con las motos fue bueno, aunque el de las motos con el asfalto no tanto. Con pocas millas recorridas llegó la primera de una larga lista de averías en nuestra idealizada inicialmente moto amarilla. Arreglamos el embrague (dos veces) y cuando nos sentamos a comer y descansar un poco, nos damos cuenta de que la rueda de la otra moto está pinchada. Sin tiempo para la reparación, aunque un amable joven se ofreció a arreglarla sin conocer la hora de la salida del ferry por la famosa bahía, entramos al navío con cámara en mano y el sol brillando en lo alto.

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Pese a las muy altas expectativas, Halong Bay no defraudó
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Entre 2000 y 3000 islotes repartidos por toda la bahia
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Y más y más y más

Con unas vistas de ensueño a bajo coste llegamos a la isla de Cat Ba casi sin darnos cuenta. Y por paradójico que resulte, lo primero que nos enseña este paraíso natural es un concepto tan capitalista como la importancia del coste de oportunidad. Nada más bajar del barco había un hombre, posiblemente avisado desde el otro lado del charquito salteado con formaciones kársticas, ofreciéndose para la reparación de nuestra rueda. Comenzó pidiendo la solera de 300000 dongs y ante nuestras negativas fue bajando el precio de mala gana excusándose con que su amigo estaba viniendo y sino teníamos 40 kilómetros de sube y baja montañas por delante. Finalmente accedemos al arreglo por 100000 dongs, más del doble de lo que sería un precio justo en el país de los mecánicos. Vemos cómo se reparten la comisión y cruzamos el parque natural hasta nuestro destino al otro lado de la isla.

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Arreglando el pinchazo en Cat Ba

Contra todo pronóstico, puesto que se trata del lugar más turístico del país, nos encontramos una ciudad vacía y a precio de coste. Hasta el momento el alojamiento más económico de Vietnam y variedad gastronómica buena, bonita y barata. Tuvimos la suerte de encontrar, más bien ser encontrados, por un local que tras largas negociaciones nos ofreció viajecito en barca, alquiler de kayaks y visita a la Isla de los Monos sin monos por un módico precio. Un día genial en el que nos acompañó el buen tiempo, múltiples turistas con viajes contratados desde la capital y un nepalí americano experto en teoría de remo, no en la práctica (según los dorsales de Santi, peor que cargar con una piedra de 80 kilos).

La salida de la isla hacia Tam Coc fue “menos accidentada”, pero entonces sí pagamos un alto precio, dejamos atrás el buen tiempo. En una etapa larga conseguimos llegar ya sin luz natural a un hermoso valle controlado por las remeras. Al día siguiente fuimos a ver templos, cuevas, colinas, arrozales y las aguas del río en manos de una de las múltiples mujeres que se ganan el arroz paseando a los visitantes por los meandros y cuevas del Ngo Dong.

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4 euros y encima a subir escaleras
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Pero la escalada mereció la pena, aunque el tiempo no acompañase
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Paseíto en barca entre arrozales y cuevas

Al día siguiente volvemos a madrugar para despedirnos de la entrañable familia que gerentaba el hostal y continuamos dirección Ho Chi Minh City. Sólo una última reflexión que nos hacemos una y otra vez. ¿En verdad merece la pena visitar todas las principales atracciones del país y pasar de largo las poblaciones intermedias o deberíamos ignorar alguno de estos lugares prostituidos por el valor del dólar y prestar más atención a la verdadera esencia del pueblo vietnamita?


4 respuestas a “Same same, but different

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