Así que estamos en McLeod Ganj, un suburbio de la ciudad de Dharamshala situado a 5 kilómetros de la misma. A 1700 metros de altura, estamos en lo que se podría decir que es el comienzo de la cordillera del Himalaya.

McLeod Ganj es famoso por ser el lugar donde se refugian muchos de los exiliados tibetanos, que cruzan desde China por las montañas del Himalaya para escapar de la represión a la que China los lleva sometiendo durante más de 60 años y cuyo único objetivo es exterminar la cultura, tradiciones y formas de vida de esta población, en un acto de anacrónica intransigencia e irracional antojo por parte de una de las supuestas “mayores potencias del mundo». Entre los exiliados se encuentra el Dalai Lama, dirigente del gobierno Tibetano, que partió al exilio en 1959 ante la inminente amenaza china.
Y qué es el Tíbet os preguntaréis. Me suena a nieve, a Tintín, al Yeti. El Tíbet es una región de China situada al noreste del Himalaya. En 1949 se proclama la República Popular de China tras la victoria del Partido Comunista que Mao Tse-Tung lideró durante la guerra civil contra el gobierno de Xian Kai-shek. En 1950 Mao ordenó al Ejército de Liberación Popular de China entrar en la región del Tíbet y acabar con las fuerzas enemigas (tropas de Kai-shek y tibetanas). Desde entonces, a pesar de varios intentos de negociación y firma de acuerdos inútiles, se inició un proceso de destrucción de la cultura y la estructura social tibetana que continua a día de hoy. (Si queréis enteraros mejor del tema, aquí una breve historia del conflicto)
A día de hoy, más de un millón de Tibetanos han muerto a causa de la ocupación china.
Año 2015, siglo XXI. Vivimos pensando en encontrar vida más allá de la Tierra cuando todavía no hemos aprendido a coexistir en nuestro planeta.



Pasamos 6 días en esta ciudad, la mayoría del tiempo con nuestros adorables vecinos. Erin, irlandés, ingeniero eléctrico; Marketa, de la República Checa, filóloga en inglés. Ambos vivían cómodamente en Shefield (UK) pero renunciaron a su trabajo para pasar un año viajando con lo que tenían ahorrado. Son majos, aventureros y hablan inglés. Así que nos vamos de trekking con ellos. Trekking viene a decir caminata, pero suena mejor trekking.


Mcleod Ganj se encuentra en la región de Himchal Pradesh, cerca de Kashmir. Región que da nombre a la lana de la cabra específica del Himalaya y de donde salen las pashminas que llenan las tiendas más chachis de Francia y del resto de Europa. Nos recuerda a nuestras queridas familias y nos entra la vena consumista, porque queremos lo mejor pa ti máma, ¡lo mejor! Casemira de esa de la buena que no falte.
Al cuarto día, Erin y Maka nos ofrecen irnos de trekking con ellos otra vez, esta vez un poco más lejos. Del primer trekking inferimos que son aventureros, que les gusta la acción y coger cualquier camino que no sea el obvio, o simplemente no seguir ningún camino, así que venga, palante. ¿Qué puede pasar?
- Caminante no hay camino, se hace camino al andar…
- Machado, nos hemos vuelto a perder, ¿no?
- Tú calla y apunta eso.
Desayunamos con ellos y con Erik, un chico que conocieron allí y que también se viene de trekking con nosotros. Oriundo de Detroit, nos cuenta que antes de iniciar su viaje por India se pasó 6 años en Corea del Sur trabajando de profesor de inglés, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Tras 3 horas de intensa subida llegamos a 3000 metros de altura. Después de llevar todo el día de compañera de viaje con nosotros, la niebla nos da tregua durante una media hora y podemos contemplar las imponentes crestas nevadas del Himalaya.

Comemos unos Aloo Paratha y emprendemos la vuelta. A las 18:00 ya es de noche así que mejor ir con tiempo. Erin y Maka hablan de por dónde volver:
- ¿Volvemos por donde subimos?
- No hombre no, vamos por ahí que seguro que llegamos al mismo sitio.
- ¡Dale!
Pasada una hora de bajada siguiendo un camino de piedras llegamos a una cabaña donde éste se acaba. Después de un momento de dilación, nuestros amigos se deciden a bajar por donde parece que igual podemos llegar a algún lugar. Les seguimos.
Y llegamos a algún lugar. ¿Os dais cuenta de las típicas laderas de las películas donde las piedras están medio sueltas y se desprenden con solo tocarlas mientras el prota pone cara de susto y se queda mirando como se precipitan al vacío?
Pues algo así.
Cinco de la tarde. El sol desapareciendo a un ritmo desmedido, haciendo justicia a la mayor velocidad orbital de los puntos cercanos al ecuador. En una ladera que asusta y cuyo final es el río. Sabemos que, una vez abajo, si seguimos el cauce llegaremos a la catarata del primer trekking, pero se está haciendo de noche y no sabemos a cuánto estamos ni cómo de fácil va a ser el camino. Estamos en un punto de no retorno, volver sobre nuestros pasos sólo nos garantizaría acabar el día con vida pero nada más. Así que empezamos el descenso. Santi lidera el grupo. Va inspeccionando la zona moviéndose con cautela. De esta manera en la que te mueves cuando estás acojonado, que agachas el culo y lo arrastras convirtiéndote en algo así como una oruga con cuatro patas. La bajada no es tan inclinada como parecía desde arriba, algunas piedras se desprenden sin esfuerzo y es fácil caer unos centímetros con ellas pero la pendiente no es tan grande como para una caída fatal. No obstante, el avance es lento y somos cinco personas, la luz se está yendo y hay que darse prisa, no podemos bajar uno a uno. Habrá que tener cuidado con las piedras. Después de Santi aparece Erin y después Sule. No sé si alguno de vosotros habrá comprobado la velocidad e inercia que coge una piedra que se precipita por una ladera. Si no habéis sido artífices o testigos de tan entretenido ejercicio cuando vas al monte de pequeño os lo decimos: Mucha.
Mientras Sule baja, a pesar de estar un poco apartado, Santi tiene que hacer un par de esquivos con la cabeza que ni Jackie Chan. Quitando algún susto más con alguna piedra, Maka y Erin llegan abajo sin problemas, Santi detrás de ellos. Quedan por bajar Erik y Sule, que ya se ha visto obligado a hacer uso de la linterna frontal y se le localiza cual luciérnaga en una noche de verano verdiciana.
Santi observa la bajada desde una roca en el río. Por suerte éste no baja con demasiado caudal y moverse entre las rocas parece más o menos fácil. Es de noche completamente. Cuando Sule está casi llegando abajo y Santi observando con impaciencia a su amigo, un bloque de piedras se desprende y Sule cae con él.
Como cuando tras un golpe en la piscina te ves en una cama de hospital. Como cuando te quedas dormido y te ves llegando tarde a clase o al trabajo y elaborando una excusa. Una especie de alerta mental salta y nuestra imaginación se adelanta a nuestro pensamiento convirtiéndonos por unas décimas de segundo en observadores externos de un futuro incierto.
Santi vio a Sule deslizarse por el suelo con las rocas, saltar inevitablemente por el aire a causa del talud, aterrizar en la roca plana que le separaba de la caída al río y, catapultado por una inercia imparable, precipitarse al río, 3 metros más abajo.
Pero no. Esa última bala que nuestro instinto de supervivencia guarda apareció en los inhumanos gemelos y cuádriceps del señor Suleja, que sacaron fuerza para frenar en seco semejante avalancha inercial, quedándose a un palmo de la caída, burlando así el fatalista futuro que la mente de Santi había pronosticado.
Una vez todos abajo empezamos la caminata por el río. La suerte se alía con nosotros y las piedras aparecen dispuestas de una manera que es fácil saltar y moverse de una a otra. Caminamos un rato sin saber cuánto nos puede quedar, pero de repente: ¡una botella! Indicios de civilización. La alegría nos asalta hasta que nos damos cuenta de que puede haber venido desde más arriba. Seguimos caminando y: Un corazón y dos nombres grabados en una roca, qué bonito es el amor coño. Ni siquiera pensamos en la posibilidad de que algún otro chiflado haya hecho el camino que hicimos nosotros así que nos creemos que estamos cerca. Miramos un poco más adelante y vemos unas escaleras. ¡Estamos a salvo! Nos fundimos en un abrazo conjunto y nos reímos.
De vuelta a casa compartimos los pensamientos que tuvimos durante la bajada, y todos coincidíamos en haber imaginado que íbamos a quedarnos a dormir en aquella ladera esa noche. Seguro que no hubiera estado tan mal después de todo. Ese día fue el cumpleaños de Maka, por cierto.
Nos fuimos a tomar unos refrigerios a una terraza de un bar y de repente alguien nos silba desde la calle. ¡Julio!
Sabíamos que nos encontraríamos en Dharamshala. Está con David, al que conoció en Bishkek (Kyrgyzstan), que salió de Madrid hace 6 meses con la idea de dar la vuelta al globo sin coger ni un solo vuelo.
El día siguiente lo pasamos descansando, haciendo algunos recados, cultivándonos acerca del Tíbet y jugando a las cartas con Erin y Maka, quienes nos comentaron su plan para el día siguiente.

Tenían pensado alquilar una moto e ir a visitar unos templos y unas aguas termales que había a unos 40 kilómetros de Dharamshala. Nosotros, que tenemos menos experiencia sobre las dos ruedas que Pedro Picapiedra y queremos hacernos Vietnam de arriba abajo en moto, pensamos que es una buena oportunidad para ir cogiendo experiencia y, además, aprovechar el día. Erin pretendía alquilar una de marchas en un principio pero cuando se puso a probarla decidió que mejor no, llevaba demasiado tiempo sin conducir una. Así que adiós a nuestra clase nº1 de ciclomotores de gran cilindrada. Pero bueno, Santi nunca condujo una y Sule solo unas pocas veces antes, así que empezar con una scooter no nos viene mal.
Estamos en India, así que mejor olvidarse de los sentidos de circulación españoles y cambiar el chip. Después de meternos cuatro veces en dirección prohibida ya lo fuimos entendiendo mejor. Es coña mamá, tranquila, que somos iguales que Rossi y Lorenzo.

El templo muy guapo. Estilo prerrománico corintio 2.

Y, ¿qué pasa dos días después del cumpleaños de Maka? Que es el cumpleaños de Erin. Y ¿qué les gusta hacer a nuestros adorables vecinos en sus cumpleaños? Buscarse aventuras. ¡¡Bieeen!!
Después de ver el templo nos fuimos en busca de un lago, al que llegamos por caminos secundarios, como no podía ser de otra forma.
Para volver para qué íbamos a volver por el mismo camino, mejor innovamos. Resultado:


Acabar teniendo que cruzar las vías del tren con la moto y cruzar un puente por donde pasa el tren, con la moto. Anécdotas que seguramente recordaremos por mucho tiempo.
Echaríamos el doble de tiempo en llegar a los sitios y acabaríamos llegando a casa congelados, pero Sule y Santi ya son unos maestros de la Scooter. Tampoco es que sea muy difícil ya lo sabemos hombre, no nos quites mérito.
Por la mañana de nuestro último día en Dharamshala nos despedimos de Erin y Maka, unos cracks que sin duda volveremos a ver algún día. Y por la tarde comida con David y Julio, unas rápidas clases de mus, y a echar unas partidinas. Los del bar debieron de flipar, si lo de la sobremesa aquí no se lleva mucho lo de jugar a las cartas después de comer durante tres horas debe ser más raro que una abuela que se llame Jessy.
Y después de dejar claro que en Asturias se juega muy bien al mus, nos despedimos de Julio y David, a los que seguramente veamos pronto. Nos compramos unos víveres para el bus de 13 horas hacia Rishikesh que nos vamos a tragar y venga, ¡a botar!
Una respuesta a “Caminante no hay camino”