Antes siquiera de salir del autobús nos piden los pasaportes y el coste del visado. Con el sol todavía en lo alto y sin casi preocupaciones sólo queda estudiar este nuevo árido paisaje camino a la capital del por entonces nuestro desconocido Camboya. En medio del debate sobre los desaciertos del sistema educativo, comienzo a bucear en mis memorias buscando alguna información o al menos comentarios que hubiese escuchado de este cautivador pueblo. Apenas recuerdo alguna conversación de mochilero o amigo aventurero y me doy cuenta de que en estos meses de viaje he cambiado un poco el entusiasmo por lo nuevo por una necesidad de algo especial. No me consuela saber que también estuvo olvidada por gran parte del mundo hace 40 años y ahora puedo decir que Camboya no es un país de paso, desde mi punto de vista pasó de ser uno más a ser, en muchos aspectos, el que más.
El que más me agradó en su conjunto ciudad, naturaleza y la fusión de ambas en los templos de Siem Reap, con la arquitectura más trabajada y la playa más paradisiaca y desierta hasta el momento.
El que más historia me enseñó, no sólo por el esplendor del imperio jemer en Angkor, sino por su trágica historia reciente por parte de los jemeres rojos.
Y el que más nos sorprendió con los grandes momentos, manjares y lecciones que compartimos con su gente.
Para todo eso tan sólo fueron necesarios 10 días y tres regiones que voy a intentar sintetizar a continuación.

La llegada del autobús a la capital se hizo de rogar por el tráfico habitual de la hora punta de una gran ciudad, aunque Phnom Penh no es ni de lejos una ciudad estresante. Nos paseamos entre pastelerías hasta la zona de hostales baratos y elegimos el que mejor se adaptaba a nuestras posibilidades: económico, con internet y billar. Los establecimientos que nos rodean nos dicen que estamos en plena zona turística pero lo sorprendente es que no hay muchos turistas y sí se puede apreciar la rutina diaria de los locales. Y no sólo eso, sino que les gusta nuestra presencia y facilitan la convivencia. Nos invitaron a jugar con ellos en un local de recreativos un poco turbio, compramos en el mismo sitio que ellos en el mercado, nos dieron muestras gratuitas en el supermercado, me enseñaron a jugar a su “ajedrez”, me invitaron a probar su marisco de río y sobre todo nos mostraron, contaron e hicieron parte de sus vidas. Y es que los camboyanos son gente muy campechana y con un sentido del humor parecido al nuestro, por lo que creo que congeniamos perfectamente. Son muy sociables, te miran, se ríen por casi todo, se preocupan y te ayudan en lo que pueden. Tanto es así que creemos que los dos primeros autostop que hicimos para ir a Sihanoukville realmente fueron invitaciones que no pudimos evitar ni con nuestra mayor insistencia.

Nuestra teoría es que el camboyano es una persona muy empática por las atrocidades que han tenido que vivir ellos mismos o sus ascendientes directos. Porque por increíble que parezca hace menos de medio siglo un líder que aprovechó el revuelo de la guerra de Vietnam tomó el poder y doblegó a toda una nación. En tan sólo unos años, intentando seguir un sistema maoísta, Pol Pot desalojó las ciudades y obligó a todo el pueblo a trabajar los campos, matando a quien no estuviese de acuerdo o intentase demostrar que estaba más cualificado que para eso. Y durante todo ese tiempo engañó al resto del mundo, que por ignorancia de lo que pasaba o intereses políticos con otros estados comunistas, permitieron torturas y el genocidio de un cuarto de la población. Sin querer ni imaginar por lo que pasaron los supervivientes nos rendimos ante su simpatía y nos asombra su recuperación en ocasiones escalofriante, como los dos presos que firman libros en la misma cárcel, antes escuela y ahora museo, en la que sufrieron todo tipo de barbaries.
Pero no todo son tristes recuerdos en Phnom Penh, la ciudad tiene monumentos, edificios imponentes y, como no, nuestros estimados mercados. Cabe destacar el mercado nocturno donde los locales cantan en karaoke mientras puedes degustar los platos típicos y calóricos (casi sinónimo de deliciosos debido a la evolución del ser humano) del lugar: fideos fritos, arroz frito, rollitos fritos o animales fritos, tales como pollo, pescado, marisco o insectos. Sí, por fin lo conseguimos, tras la gran decepción de Santi al no encontrar perro en Vietnam, empezamos a ver bichos varios en Camboya. No era el momento, que ya estábamos cenados y no apetecía nada después del postre, pero nos dio para meditar un poco mientras mirábamos a las cucarachas de una alcantarilla próxima. ¿Por cuánto te comerías una cucaracha? ¿Cuántos euritos necesitas tener en tu cuenta para reconocer sin vergüenza que te has hecho rico comiéndote una araña sin depilar?


Y nada como para seguir reflexionando como un eterno viaje en furgoneta hacia las playas prometidas, Sihanoukville y su archipiélago aledaño. Curioso el sistema de transporte de este país, donde una especie de minibuses sin señalización alguna son parados en pueblos aleatoriamente por camboyanos que tras decir dónde quieren ir se van encajando cual piezas de rompecabezas dentro del vehículo. Eso sí, siempre sacrificando su comodidad por la de los demás.
Ya en la ciudad costera, toca decidir si ir a la zona turística o quedarnos en el puerto pesquero. Un local nos pregunta si nos puede ayudar y en pocos minutos hay dos personas, que junto con nuestra información de precios de hostales, resuelven nuestras dudas. Rechazamos un hostal de 2 USD por cama porque creíamos que íbamos a encontrar algo todavía mejor y cuánto nos alegramos de que no fuese así. Porque si alguien se ha planteado que Asiaotraparte está reñido con los lujos, se equivocaba. Si la ocasión (y el dinero, menos de 3 euros por cabeza todo incluido) lo permite acabamos tomándonos unas cervecitas en la piscina del hotel. Posiblemente ese alcohol, nuestra escasa tolerancia y nuestro abundante valor ayudaron al bautizo con los insectos. Lástima no saber decir lo que nos comimos, pero a pesar de ser terrestre nuestra conclusión es que no es tan diferente a una gamba.


Satisfechos nos fuimos a dormir con la isla que más nos recomendaron del sudeste asiático en mente. Por la mañana cogimos el ferry repleto de gente que repetía, por lo que Koh Rong seguía prometiendo. Y no defraudó: aguas verdaderamente cristalinas y arena blanca, con la posibilidad de tener una playa para ti solo, excursiones por la selva, buceo entre corales y plancton luminiscente, buenas comidas y precios más que razonables. Lo que más nos gustó es que a pesar de tener un tamaño que hace posible el poder recorrerte media isla a pie por la noche, tiene oferta para todos los gustos. Puedes ir con tus colegas a un hostal mediocre, con tu novia a un bungalow o con toda tu familia a un resort. Puedes salir de fiesta hardcore, escuchar reggae en un bar o chillout en una terraza. Puedes jugar a volley, hacer snorkeling (o bucear, dejándome ya de anglicismos para volver al rico castellano) o estar tranquilo sin que nadie te moleste en la arena. Y puedes comer un bocadillo de dólar acompañado de uno de nuestros apreciados batidos de frutas de igual importe, el habitual plato de fideos o arroz o puedes visitar a Ziggy’s. Y no me quiero alargar más de la cuenta, pero tampoco quiero que si vais a Koh Rong, Camboya o Asia dejéis de conocer a este peculiar tailandés. Algunos pueden pensar que es un poco engreído, pero en mi opinión tiene mucho estilo. Coge aire. Él solo lleva un pequeño puesto nada fácil de encontrar si no te lo recomienda cualquiera que ya haya sido recomendado previamente en el que entretiene con bromas y preguntas al cliente que se sienta a su alrededor mientras prepara variados y abundantes platos de cocina tailandesa a la altura de los paladares más exquisitos.


Después de tanto elogio podéis pensar que es la isla perfecta y la verdad es que en nuestra opinión se acerca. Pero como en casi todo en esta vida desgraciadamente casi siempre se espera un pero, y en este caso es que se había originado una construcción masiva en la misma debido al renombre que había adquirido recientemente. Así que al igual que las dulces frutas de nuestros últimos zumos, la exprimimos al máximo alargando una noche más y volvimos a la costa con pesar dejando atrás este paraíso que seguramente ya nunca volverá a ser lo mismo.

Hasta siempre Koh Rong
Hablando de peros nos dirigimos a Siem Reap, la ciudad más turística de Camboya, lo cual normalmente complica el trato con el local porque tiende a verte como un símbolo de dólar o un obstáculo que se mueve de manera errática en su camino. Pues como en la mayoría de las historias todo empezó bien, con un alojamiento barato; continuó con complicaciones con un tendero que nos pedía más dinero de depósito por el alquiler de una bici de lo que cuesta una nueva; y se solucionó consiguiendo que un conductor de tuk tuk se comprometiera a llevarnos de visita a unas tiendas con comisión y de ruta por el imponente Angkor Wat por un módico precio. Pero como en las mejores películas de Nolan ese no era ni de cerca el desenlace. La trama se complicó notablemente cuando nuestro chófer decidió marcharse con la comisión y dejarnos a nuestra suerte en los 400 kilómetros cuadrados de templos. Tras un enfado considerable intentamos renegociar lo innegociable con sus colegas y todavía conseguimos otro nuevo trayecto sin coste, puesto que ante nuestra negativa a visitar más tiendas nos volvieron a abandonar. Así que hicimos de tripas corazón y nos dimos una buena panzada a caminar para conseguir ver los imponentes e imprescindibles templos.










Lo conseguimos y no sé si por azar, porque estábamos en Camboya, por el karma, porque somos Asiaotraparte o posiblemente por un cóctel de todas ellas, saldamos el día con cero euros en transporte, cuatro autostops, una invitación a cervezas, aperitivos, e incluso intento de donativo como recuerdo del lugar de un electricista un poco pervertido y un convite a una fiesta. Como habíamos salvado tan bien la jornada, en nuestra pesquisa de un sitio donde cenar pasamos frente a lo que parecía una de nuestras apreciadas bodas y fuimos a echar un vistazo buscando la guinda del pastel. Al parecer era una inauguración de una casa en la que gran cantidad de amigos y vecinos eran invitados a una cena de bastante nivel y dejaban un sobre con dinero a su salida. Al poco de estar oteando lo que ocurría en el interior, el anfitrión salió y con cuatro sencillas frases nos terminó de alegrar el día: “ésta es mi casa”, “me gustáis”, “estáis invitados”, “no dinero”. De esta suerte acabamos con los buches llenos de los deliciosos platos y cervecitas premium que no paraban de sacar y bailando con los más jóvenes del festejo, porque nosotros también somos como niños.

Así concluye la historia, el día, la visita a Camboya y este post, con la para nada trivial moraleja de que los finales tristes no existen, son relativos, porque los finales felices no sólo se encuentran en los cuentos, están ahí para todos los que los persiguen.
Cómo disfrutas Rubén!
Me gustaMe gusta